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Historias o relatos

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Mensaje por Aileen Jue Mar 19, 2009 8:36 pm

En este tema podéis subir al foro vuestras historias. Si ocupan 5 páginas en word o menos podéis subirlas en un sólo post. Si la historia es más larga podéis subirla por capítulos en distintos post. Los requisitos son que la letra sea en Times New Roman y de tamaño 12.

Animáos a participar y sacad la escritora que hay en vostr@s.

Aquí dejo mi aportación, espero que os guste:

EL COLOR DEL AMOR

Hoy era el día, el nuevo Señor de la hacienda llegaba de su viaje por Europa y en poco tiempo se haría con el control de los negocios y de la finca, los cuales reportaban increíbles beneficios si se sabían llevar bien y el difunto Señor Sulivan sabía como llevarlos, tristemente tuvo un accidente cuando iba de caza con unos amigos, cayó del caballo y se golpeó la cabeza con una piedra, todo fue rápido y falleció. Ahora era el turno de su único hijo Jeffrie Sulivan, que pasaría a ser el nuevo Señor Sulivan en cuanto fuese leído el testamento, el cual se abriría una semana después de su llegada.

Loreanna esperaba en las escaleras de la entrada a la casa con el resto del servicio la llegada del futuro Señor. Con su corto vestido negro en contraste con el blanco delantal y la cofia a la que aún no se había acostumbrado. Llevaba casi tres años sirviendo en casa de los Sulivan, dos años menos de los que llevaba Jeffrie en Europa por lo tanto sus nervios eran más que justificados, aunque todos habían hablado maravillas de él, ella no le conocía y sus nervios eran evidentes.

Y ahí estaba el coche, subiendo por el camino de acceso a la mansión y paró justo delante de las escaleras de entrada. El corazón de Loreanna galopaba sin control y entonces bajó él. Con su metro ochenta y cinco de estatura y sus rasgos bien definidos, una mandíbula cuadrada con barba de dos días y esos enormes ojos azules con las pestañas más negras que había visto nunca, era el hombre más masculino y atractivo que hubiese visto. Llevaba unos pantalones de tela que le marcaban un perfecto trasero cuando se dio la vuelta para coger una bolsa de viaje del coche y esa camiseta sin mangas que se ceñía a su cuerpo y dejaba ver sus musculosos brazos, era perfecto y a Loreanna se le secó la garganta por la visión. Aunque no tenía ninguna pinta del aristócrata que se suponía que era, parecía tan sencillo y cercano… todo el servicio la advirtió de esto pero superaba sus expectativas.

Amelia, la madre de Jeffrie, bajó las escaleras a la carrera para abrazar a su hijo y él la abrazó levantándola del suelo y girando con ella como si sólo fuese una niña, después la dejó en el suelo y depositó un beso en su mejilla. Subió las escaleras saludando al servicio uno a uno, algo totalmente increíble en cualquier otro Señor, hasta que llegó a ella que se encontraba en el último escalón y sus ojos se encontraron, el corazón de Loreanna se detuvo por una milésima de segundo para comenzar a latir alocadamente. Jeffrie jamás había visto a una mujer tan hermosa, parecía la visión de un ángel. Loreanna tenía el pelo largo hasta la cintura tan negro como el carbón y muy rizado. Su piel era de color, seguro que era mulata, ese color sólo podía deberse a la mezcla entre el negro y el blanco y sus ojos como dos grandes almendras, rajados y negros, enmarcados por unas finas cejas. Su cara era delicada y pequeña y se veía tan suave que Jeffrie tuvo el impulso de acariciarla pero se detuvo, en vez de eso, habló:

- Creo que no nos conocemos, soy Jeffrie, el futuro heredero de mi padre James Sulivan. – Loreanna se quedó petrificada y no supo reaccionar cuando escuchó esa voz tan masculina que le erizaba la piel, entonces él sonrió y eso acabó por desarmarla. - ¿y tú eres……? – dijo aún sonriendo al ver que ella no respondía.
- Per…perdón, mi nombre es Loreanna, llevo al servicio de su madre tres años. –
- Encantado de conocerte Loreanna. – cogió su mano y besó sus nudillos. Si no hubiese tenido ese color de piel, Jeffrie habría jurado que se había sonrojado, era preciosa.
- Volvamos dentro. – dijo Amelia seria y mirando mal a Loreanna.

Los días pasaban y Jeffrie siempre encontraba un momento para estar cerca de Loreanna, aunque también estuviesen los demás sirvientes alrededor. Mientras tendía la colada él estaba a su lado haciéndola reír, cuado limpiaba la cocina Jeffrie le contaba sus aventuras en Europa y mientras hacía la compra él la acompañaba para preguntarle por su vida y su familia, así poco a poco iban conociéndose mejor. A veces Loreana descubría a Amelia observándoles con un rictus serio en su bella cara y eso la hacía entristecerse y preocuparse, pero entonces Jeffrie volvía a hacerla reír, él parecía no notar que su madre los vigilaba de cerca y ella no se atrevía a comentárselo, pero aún así ella se sentía viva a su lado, se divertía y reía como no había hecho con nadie y cuando pensaba que no lo vería, se entristecía e intentaba buscarlo por todos lados intentando que nadie lo notase y contando mil y una mentiras cuando la descubrían en un lugar en el que no debería estar. Se estaba acostumbrando a su compañía, a sus bromas y a su cariño, el que le daba aún sin ser consciente de ello, sólo por el hecho de buscarla y estar con ella, y eso le entibiaba el corazón.

Un día Loreanna tuvo que bajar a la bodega a por uno de los mejores vinos, el abogado de la familia venía a comer para decidir el día exacto en el que se leería el testamento. Jeffry la siguió sin que ella notase su presencia, cuando pasó a la bodega cerró la puerta tras él. Lorenna se estremeció y retrocedió un paso con miedo hasta que vio a Jeffrie apoyado en la puerta, se veía tan apuesto y tan varonil…entonces su miedo se transformó en incredulidad.

- ¿Qué haces aquí? – preguntó con el ceño fruncido.
- Seguirte…como siempre. – respondió Jeffrie con la voz ronca.
- No deberías estar aquí conmigo, si alguien nos viese salir juntos…. –

Sin decir nada Jeffrie se acercó a ella, la agarró de la cintura y la acercó hasta él para poder sentir cada curva de su cuerpo contra el suyo, subió una mano hasta su mejilla y deslizó el pulgar por la suave piel de ésta, se acercó poco a poco a sus labios y la besó. Loreanna no pudo apartarse, su calor la inundó y su beso era tan dulce y delicado que lo único que pudo hacer fue devolvérselo con pasión, sabía tan bien a hombre… Jeffrie sintió como Loreanna se relajaba y le devolvía el beso, su olor lo rodeó, olía a canela y a mujer, una mezcla que lo volvía loco de placer que hizo que su ingle sufriese un doloroso tirón. Esforzándose todo lo que pudo se alejó de sus labios y miró esos enormes ojos negros que brillaban por la pasión del momento que estaban compartiendo.

- Te amo Loreanna, lo supe en e primer momento en que te vi. –
- No puede ser Jeffrie, nuestro amor es imposible. –
- No para mí, estaremos juntos, si tú quieres. –
- Claro que quiero, te amo pero ojalá fuese así de fácil. – dijo mientras miraba al suelo.
- Confía en mí Loreanna, en cuanto se lea el testamento se lo contaré a mi madre y te prometo que siempre estaremos juntos. –

Volvió a besarla y subieron juntos de la bodega, nadie los había visto gracias a Dios.

Los días pasaban y Loreanna era la mujer más feliz del mundo. Jeffrie seguía buscándola para hacerla reír, hablar o leerle un libro mientras ella hacía sus tareas domésticas. De vez en cuando conseguían unos momentos a solas para disfrutar de sus besos y sus caricias y aunque Amelia vigilaba de cerca, aún no había conseguido pillarlos.

Y llegó el día de leer el testamento. Jeffrie y Amelia se marcharon temprano a la casa que el abogado tenía en la ciudad. Nada más llegar les hizo pasar a su despacho, no tenían que esperar a nadie, el testamento sólo los nombraba a ellos. Jeffrie estaba muy tranquilo mientras se leía el testamento, todo era como esperaba, hasta que el abogado llegó a la parte interesante.

- Dejo todos mis bienes, casas, tierras y negocios a mi único hijo Jeffrie Sulivan con una única condición: mi deseo es que Jeffrie contraiga matrimonio lo antes posible con Mery Ann Thompson hija de John Thompson, amigo y socio desde hace dos años, según la fecha que dio tu padre hoy haría dos años y tres meses que el señor Thompson es socio de tu padre. – aclaró el abogado y continuó leyendo. – su unión fortalecerán los negocios y los mantendrá dentro de la familia para siempre. Si Jeffrie se negase a casarse, los bienes pasaría a pertenecer a mi esposa Amelia Sulivan y a su muerte todo se donaría a la Iglesia. Este es mi último deseo. –

Jeffrie no se lo podía creer, pensaba que se volvería loco, jamás se casaría con otra mujer que no fuese Loreanna, la amaba y así se lo hizo saber a su madre y al abogado. Amelia creyó enloquecer cuando escuchó lo que se había estado temiendo desde que su hijo llegó y conoció a esa maldita negra, jamás debería haberla contratado. Gritaba a su hijo prohibiéndole que volviese a verla y negándose a aceptarla y Jeffrie sólo pudo reír sarcásticamente, jamás dejaría a Loreanna y con o sin su consentimiento se casaría con ella aunque tuviese que renunciar a su herencia, no la quería, lo único que deseaba era estar con ella. Jeffrie se levantó de la silla y sin decir nada más salió del despacho.

Amelia se quedó con el abogado llorando por su hijo. El abogado no tuvo más remedio que preguntarle algo que sabía que le dolería.

- ¿Deseas firmar ya los papeles para desheredar a Jeffrie? –

Amelia se negó, pensaba que aún no estaba todo perdido y que era un capricho pasajero para él, así que volvió sola a la hacienda, su hijo aún no había vuelto, bien, esa era su mejor oportunidad. Llamó a Loreanna para que se reuniese con ella en la biblioteca y sin explicarle los motivos reales la despidió para alejar la tentación de su hijo y le pidió que abandonase hoy mismo la casa. Pero Loreanna no era tonta y sabía que había descubierto la relación que tenía con Jeffrie y ahora la hacía pagar por ello, pero ¿dónde estaba Jeffrie para defenderla? Ella se marchó llorando a su cuarto donde recogió todas sus pertenencias y se marchó.

Jeffrie llegó anochecido después de mucho pensar y dispuesto a luchar contra su madre por el amor de Loreanna, estaba decidido a quedarse con ella. Cuando llegó descubrió lo que su madre había echo y entró en cólera. Salió de la casa para buscarla pero antes de que llegase a la puerta, la cocinera le detuvo y le dijo que Loreanna estaría en la estación de trenes para coger uno rumbo a Cansas donde vivía su familia. Jeffrie se lo agradeció y condujo lo más rápido que pudo hasta la estación de tren.

Cuando llegó comenzó a buscarla desesperadamente, había tanta gente que le resultaba difícil poder moverse. De pronto vio un largo cabello negro como la noche que desaparecía en uno de los vagones del tren. Salió disparado hacia allí y subió tras ella, la vio sentarse en uno de los asientos del vagón de la derecha y fue tras ella.

Loreanna se quedó petrificada cuando vio a Jeffrie de pie a su lado.

- Loreanna mi amor ¿has llorado? –
- Jeffrie….tu madre…tu madre se ha enterado de lo nuestro y me ha despedido. – y comenzó a llorar.

Jeffrie se sentó a su lado y la abrazó.

- Lo sé cariño, yo se lo conté todo, querían que me casara con una mujer a la que no conozco para poder mantener mi herencia y me negué se lo conté todo y me fui, ha sido culpa mía por no haber estado para protegerte, ¿podrás perdonarme?
- Oh! Jeffrie, pensé que me habías abandonado, que te arrepentías de estar conmigo y que no volvería a verte. – dijo mientras lo abrazaba fuertemente sin dejar de llorar.
- Jamás te abandonaré, por favor vuelve conmigo, baja de este vagón y cásate conmigo.
- Pero tu herencia Jeffrie… y tu madre nunca lo aceptará.
- Renuncio a mi herencia por ti, sólo quiero que bajemos de este tren, busquemos un cura, nos casemos y nos vayamos lejos de mi madre a vivir nuestra vida juntos, contigo soy capaz de lo que sea sólo te necesito a mi lado.

Loreanna le miró y le besó apasionadamente, el tren comenzó a sonar para advertir de su inminente partida, a regañadientes se separaron y Jeffrie le preguntó.

- Entonces…. ¿bajas conmigo? –

Loreanna sonrió y asintió. Dos horas después habían encontrado a un sacerdote en una pequeña capilla de la ciudad al que habían conseguido convencer para que los casase, el sacerdote no se pudo negar cuando vio el amor que ambos se profesaban y es que sólo con mirarles cualquiera se daría cuenta de que estaban completamente enamorado.

Después volvieron a la hacienda de su madre para darle la noticia y recoger algunas pertenencias. Amelia ni si quiera les dio la enhorabuena, los miró con un odio tal que a Loreanna se le encogió el corazón. Jeffrie la besó tiernamente y la dejó esperando mientras él subía a la habitación para recoger las cosas.

- Jamás te perdonaré que me robases a mi hijo eres una z…. –

- Madre! – gritó Jeffrie desde las escaleras. – no te permitiré que insultes a mi mujer y te pido que la respetes delante y detrás de mí, si no la aceptas a ella, no me aceptas a mí. - y dicho esto se marcharon de la casa.

DOS AÑOS DESPUÉS

Jeffrie estaba sentado en un balancín en el porche de su cabaña de madera en una extensa pradera verde rodeada de ovejas que pastaban tranquilamente al suave sol de una tarde de mayo, con su hija de dos meses en los brazos era el mejor regalo que Dios le podía haber dado, una verdadera familia, donde lo único importante era el amor que se tenían.

Loreanna salió de la cabaña con el pequeño John en brazos, ya tenía un añito y aún no conocía a su abuela, eso no le importaba, él le hablaría de ella como si estuviese muy lejos y jamás le hablaría mal de ella, era su madre, le había dado la vida y siempre se había portado bien con él, en el fondo le quería, pero su orgullo era mayor que su amor. De todas formas así estaba bien, ellos eran felices así.

Su mujer seguía teniendo el cuerpo que tanto deseo despertaba en él y aunque ahora sus curvas eran más sugerentes no podía decir cuando le había gustado más, cada día que pasaba a su lado estaba más y más enamorado de ella y no podría arrepentirse jamás del paso que había dado.

El pequeño John pataleó para que su mami le bajase al suelo y eso hizo, caminando torpemente se acercó hasta el balancín donde su papá mecía a su hermanita. Loreanna lo sentó en el balancín para dejarle entre medias de Jeffrie y de ella.

- ¿Qué piensas mi amor? – preguntó con una sonrisa que iluminaba sus ojos.
- En lo feliz que soy contigo y con nuestros hijos. –
- Yo también soy feliz contigo Jeffrie, eres lo mejor que me ha pasado en la vida, y gracias a ti ahora también los tengo a ellos. – dijo señalando a sus hijos.
- Soy yo el que debe darte las gracias por darme estos hijos tan maravillosos. Te quiero Loreanna. –
- Te quiero Jeffrie. –

Y se quedaron abrazados viendo como el sol tintaba el cielo y las nubes de naranja mientras se ocultaba tras las montañas y los pájaros trinaban en lo árboles cercanos a la casa.

FIN
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